CLXX aniversario de la ejecución de Narciso López
Después de ser traicionado, capturado y entregado al ejército colonial español por su compadre el 28 de agosto de 1851, Narciso López fue ejecutado el 1 de septiembre de 1851, en la explanada del Castillo de San Salvador de La Punta en La Habana, por garrote vil.
Como resume Herminio Portell Vilá en [3]
"El cuadro de los últimos momentos de López se reconstruye como sigue, según el consenso general de las versiones conocidas: Al llegar ante el tablado fatal, ante la hopa asquerosa que le presentaba el verdugo, titubeó y luego la aceptó a indicaciones del P. Polo, después de lo cual subió a la plataforma y se dirigió al pueblo con la defensa que hacía de su conducta y de sus propósitos, que buscaban la independencia de Cuba. Fué entonces cuando el verdugo trató de empujarlo hacia el garrote; pero fué el verdugo el que salió despedido por una violenta sacudida con que López se desprendió de él, al mismo tiempo que decía: "¡Espere, señorl". Después de lo cual vino la frase profética sobre los destinos de Cuba —Mi muerte no cambiará los destinos de Cuba— y la declaración de su cariño por la tierra que consideraba suya y por la cual daba su vida, así como del recuerdo que dedicaba a sus amigos. Los oficiales españoles intentaron apagar la voz que se alzaba sobre el cadalso convertido en tribuna de la independencia de Cuba y ordenaron el redoble de los tambores; pero ni así lograron impedir acallar la voz que pagaba con su vida el derecho de hablar de Cuba Libre.
Lo que sucedió después fué cosa rápida. López fué por sí mismo al banquillo del garrote, dejó que le amarrasen y que le colocasen al cuello el corbatín mortal, y en unos pocos minutos había pasado de la condición de héroe a la de mártir por la independencia de Cuba."
Y continúa:
"Y el teniente coronel William Scott Haynes, a vuelta de llamar cobarde y mentiroso al teniente Van Vechten por sus calumnias contra López y Sigur, ya dió en el clavo cuando señaló como una de las causas fundamentales del fracaso de la expedición de la Vuelta Abajo la conclusión a la que había llegado sobre que la suerte de Cuba se la discutían tres partidos: el de los partidarios de la independencia, con López, el de los que preferían la anexión, que eran los hacendados y esclavistas, y el de los españoles. A López lo habían dejado los que temían a la independencia y de ese modo había fracasado el formidable esfuerzo libertador que los anexionistas miraban con recelo y contra el cual habían combatido los españoles.
No hay más que seguir el curso de los acontecimientos políticos de Cuba desde septiembre de 1851, cuando López pereció en el cadalso tras haber sido el único que había sacudido hasta sus cimientos al coloniaje, hasta el 10 de octubre, cuando Carlos Manuel de Céspedes hizo el otro reto efectivo a la dominación española en Cuba, para comprender por qué fué que España puso tanto empeño en destruir a López y hasta obliterar el recuerdo de su heroísmo y de sus hazañas, y por qué los anexionistas se esforzaron por infamar su memoria, discutirle su gloria y presentarlo como un guerrero sin ideales y sin capacidad. En todos esos diez y siete años no hubo más que flojas intentonas y conspiraciones platónicas. Con López, de 1848 a 1851, había habido lucha, una lucha que pudo haber resultado triunfante sin la irresolución y los egoísmos de quienes no supieron o no quisieron cooperar lealmente con él."
En el círculo rojo debió estar el cadalso donde fue ejecutado Narciso López. En él también se ve el lugar donde fueron fusilados los ocho estudiantes de medicina el 27 de noviembre de 1871, veinte años después de la ejecución de Narciso López. En ese lugar fueron ejecutados muchos separatistas e independentistas de Cuba.
Ironía de la Historia. Cincuenta años y nueve meses después de la ejecución de Narciso López, su bandera —la de la estrella solitaria—, fue izada en el Castillo de los Tres Reyes Magos del Morro y, desde entonces, mira con ternura el lugar donde el absolutismo español lo convierte en martir.
Éste es el prólogo al primer tomo de "Narciso López y su época" de Herminio Portell Vilá [1]
PROLOGO
FIGURA discutidísima de la historia de América y aun de la de España, de singular colorido y fuerte relieve, Narciso López, con su accidentada existencia, sus hazañas y sus contradicciones, ha apasionado a no pocos historiadores españoles, hispanoamericanos, norteamericanos y franceses.
Hijo de su época, para tener asegurado el juicio glorificador de la posteridad solamente le faltó una cualidad: la del vencedor. Narciso López, triunfante en sus proyectos revolucionarios, sería una extraordinaria figura continental. La república libre e independiente, que era el secreto designio suyo hasta en los momentos en que aparentemente más podía considerársele anexionista habría hecho del valiente y desdichado soldado que enseñó a los cubanos a batirse con las tropas españolas, uno de los epónimos de la independencia de América.
No lo quiso así su aciago destino, pero analizada su conducta con frío desapasionamiento, el juicio sereno e imparcial ha de reconocer en él un militar de fortuna, esclavo primero de su temperamento y de sus impulsos, y emancipado después de tan viciosas cadenas para hacer vida ejemplar de caudillo de una noble causa a la cual consagró sus energías, sus afectos, su porvenir y su propia existencia.
Su lugar está entre los héroes de nuestras luchas por la independencia. A través de las páginas que en nuestra obra le dedicamos, aparece Narciso López defensor de los derechos de Cuba, hollados por las Cortes españolas después de la revolución de La Granja; iniciador de una protesta frustrada contra esa injusticia política; resuelto conspirador; militar sospechoso de desafección a España y de simpatía por el ideal independiente cubano, y, por último, cabeza principal de movimientos revolucionarios y de expediciones armadas dirigidas a lograr el cese de la soberanía española sobre Cuba.
Vivió él y desenvolvió sus actividades políticas en uno de los períodos más interesantes de nuestra historia colonial. Por sus antecedentes, por su carácter, por sus cualidades y por sus sentimientos, se relacionó estrechamente con los hombres más eminentes de la sociedad cubana de aquel tiempo, y trató muy de cerca a personajes significados de su país de nacimiento y de España. Hechos históricos de trascendencia, ocurridos en Venezuela, en la Península y en Cuba, tuvieron en él un protagonista a veces principalísimo y siempre importante. De un modo especial, en cuanto a Cuba, su labor revolucionaria, su actuación en pro de los ideales separatistas, fué la más peligrosa para la continuación del régimen colonial. Ninguna de las conspiraciones hasta entonces fraguadas, ninguna de las tentativas hechas para sacudir la dominación española llegó a tener los caracteres de formal empresa libertadora que las iniciadas por Narciso López; y en ellas, además, intervinieron las causas más complejas: factores económicos, choque de ambiciones de expansión territorial, razones de orden sentimental, y problemas sociales y políticos, todo un complejo de motivos que añaden interés y suman importancia a los empeños acometidos por Narciso López a mediados de la pasada centuria, que llegaron a preocupar a las cancillerías europeas y americanas, y amenazaron con producir conflictos armados de carácter internacional.
De ahí la explicación del título de esta obra. Narciso López vivió una época romántica—su época—en la que fué figura principal y destacada. No fué el más valiente, que los hubo tanto como él, de nuestras luchas por la independencia; no fué un forjador de conciencias cívicas ni un creador de ciudadanos; no fué siempre un revolucionario de vida apostólica, pero supo ser un verdadero caudillo a la hora precisa, y los años que consagró a la consecución de su ideal, son de una perfecta ejemplaridad, de una abnegación sin límites, de una temeraria resolución combativa y de una fe inquebrantable en la dignidad de los cubanos.
Este último sentimiento llenó completamente su corazón, superior a todo otro, y el guerrero denodado y valeroso esperó, aguardó siempre la reacción cívica de los cubanos, la ayuda en que confió en vano hasta su postrero momento, y que no se produjo ni en el instante de su suplicio, cuando el trágico garrote cortó el hilo de su existencia mortal sin que él desesperase de los destinos de Cuba, con aquel valor estoico, admirable, que impresionó al gran Antonio Maceo hasta el punto de hacer, en homenaje al bravo adalid venezolano y con ocasión de su visita a Cárdenas en los años que antecedieron al Grito de Baire, la misma ruta que Narciso López había seguido desde el muelle de don Lucas Muro hasta el punto en que fué fijada la bandera de Cuba el memorable día 19 de mayo de 1850, después de la toma de la ciudad por la expedición llegada a bordo del Creole.
Ni Cuba ni los cubanos han sido justos con Narciso López, quien en otro orden de cosas merece con especialidad la reivindicación histórica de haber pensado en la solución republicana con preferencia a la anexión, y de haber transigido con esta última únicamente en casos extremos, muy raros, de decaimiento ante la adversidad de circunstancias transitorias, que duraron instantes. El secreto de sus actividades revolucionarias, y ésta es una de las (ilegible) que se sostendrán en el curso de la presente obra, fué el de aprovechar la ayuda de los norteamericanos mercenarios con ambiguas promesas, pero procurar por todos los medios el establecimiento de la república cubana, libre e independiente.
Contra la legitimidad de los verdaderos propósitos de Narciso López, que eran republicanos y no anexionistas, se han alzado voces condenatorias, casi siempre injustas. Entre las últimas de este carácter se cuenta la del presidente de una corporación cubana que en solemne ocasión ha llegado a afirmar que López no fué "...un precursor de la independencia..." y que "...sus aventuras expedicionarias fueron anexionistas, fomentadas, auxiliadas y alentadas por los esclavistas norteamericanos del sur..." Es curioso que en el mismo párrafo en que se hace tal inculpación, se afirme que Teurbe Tolón, Santacilia, Goicouría y Zenea no eran partidarios de la substitución de la bandera española por la norteamericana, pero aun lo es más el que aquella afirmación y esta declaración no se expongan con el más mínimo fundamento, y que para ellas no se aduzcan pruebas ni datos de los que el propio crítico, a renglón seguido, dice que son necesarios para juzgar con conocimiento de causa en cuestiones históricas.
Tales han sido los jueces que Narciso López ha tenido, y es por ellos que la realidad de las intensiones del infortunado caudillo ha estado siempre sometida al influjo de apreciaciones sin base, fruto y compendio de las que impremeditadamente se han venido acumulando por copiar no pocas veces ¡triste es decirlo!, los juicios de los historiadores más apasionados, formulados en la pasada centuria. Los cubanos que tal han hecho han cuidado de no generalizar sus opiniones acerca de los separatistas del 50, y condenando severamente al caudillo de las expediciones por los propósitos anexionistas que se le atribuyen, han procurado que este sambenito no fuese colgado a los cubanos que más sinceramente, y por estimarla entonces una solución patriótica, abogaron por la anexión de Cuba a los Estados Unidos.
Y así no se hace historia, sino que se la falsea con un patriotismo enfermizo que la adultera y desnaturaliza. Así, también, en ocaciones, se levantan ídolos de barro en extremo numerosos, pero en materia deleznable al fin, y que no son los que deben encarnar los ideales cívicos de un pueblo.
Ha sido tan enorme el cúmulo de patrañas y de errores amontonados en toro a Narciso López y sus empresas, que cada día ha ido resultando más difícil separar la broza histórica, de una parte, y, los hechos fundamentales y verdaderamente relevantes, de otra. A ese fin, esencialísimo tiende esta obra, en que aspiramos a presentar a Narciso López tal cual fué, valentísimo, denodado, simpático, generoso, entusiasta por una noble causa y capaz de llevarla a cabo con celo apostólico, pero al mismo tiempo, sin ocultar sus defectos, que los tuvo, aunque entre ellos no se contó el de la inconsecuencia con el ideal independiente cubano, ni el de la carencia de fe en Cuba o en los cubanos.
La seducción del presente tema histórico nos impresionó hace unos ocho años, cuando con ocasión de los Juegos Florales de Cárdenas presentamos el trabajo que resultó premiado acerca de un hecho histórico ocurrido en la ciudad, cuyo asunto encontramos en el desembarco de Narciso López. Aquella monografía, que aclaraba y refutaba no pocas equivocaciones tenidas como artículos de fe y que por un momento nos pareció digna de ser publicada, no lo fué nunca, porque, con acertado juicio, comprendimos a tiempo que allí se consignaban verdades hasta entonces ignoradas acerca de la expedición de Cárdenas, pero que no estaba la verdad total, cuya búsqueda emprendimos.
Nuestra aspiración radica en que esta obra bastase a conseguirla. Aparte de 1as investigaciones y copias hechas en la Biblioteca de la Sociedad Económica de Amigos del País, en el Archivo Nacional y en la Biblioteca Nacional, fuera de Cuba hemos encontrado ayudantes meritísimos en el más amable de nuestros eruditos, el doctor José María Chacón y Calvo, de la Embajada de Cuba en Madrid; en el insigne polígrafo cubano y amigo estimadísimo, doctor Fernando Ortiz; en la culta dama norteamericana señorita Alicia E. Tyler; en el ilustre director del Archivo Nacional de Venezuela. nuestro amigo el doctor Vicente Dávila, en el servicial y valioso auxiliar del doctor Dáviln, señor Marco Falcón Briceño, y en tantas otras personas propicias a facilitar la labor del investigador y dispuestas a ayudarle de buena fe y sin reservas mentales.
Una mención especial de gratitud debemos al doctor Antonio María Eligio de la Puente, autoridad de gran valía en nuestra historia literaria y amigo muy distinguido. Sabedor el doctor Eligio de la Puente de que el archivo que fué del insigne novelista y patriota cubano Cirilo Villaverde, secretario particular de Narciso López y celoso guardador de los papeles del caudillo, se encontraba a la venta en poder del hijo del inolvidable autor de Cecilia Valdés, nos ofreció la oportunidad de adquirir tan valiosa documentación, que estaba fuera de nuestros recursos económicos, pagando él de su peculio una, y no ciertamente la menor, parte de su precio.
Así se hizo y así pudimos utilizar un verdadero tesoro de fidedignos y desconocidos datos para nuestra obra. La mención que aquí hacemos, sin todo el merecido elogio, del generoso rasgo de quien, como el doctor Eligio de la Puente, por sus conocimientos y su competencia, unidos a sus medios de fortuna, fácilmente podía haber adquirido para sí estos papeles, y sacándoles gran provecho, es de toda justicia y bien puede mostrarse como ejemplo su nobilísimo gesto.
En el plan de la presente obra, este tomo primero comprende los años de la vida de Narciso López, que llegan hasta el descubrimiento de la Conspiración de la Mina de la Rosa Cubana, y el traslado del caudillo a los Estados Unidos.
La segunda parte tratará de los sucesos ocurridos en la Isla y en la Unión Norteamericana alrededor de las expediciones de Round Island y de Cárdenas, con datos los más interesantes y poco conocidos; y la tercera parte estudiará las ocurrencias políticas en torno a la expedición frustrada del Cleopatra y a la última y desdichada tentativa revolucionaria de Narciso López, que le costó la vida.
DR. HERMINIO PORTELL VILA. La Habana, abril de 1930.